“Bonito barrio el que tienes. Sería una pena que alguien lo atravesara con una autopista”.
Así lo pone el texto sobre el rostro de Robert Moses en un meme que lanzó el grupo de Facebook “New Urbanist Memes for Transit-Oriented Teens” (nuevos memes urbanistas para adolescentes orientados al transporte público). El infame urbanista de mediados del siglo XX ha sido tan alabado como culpado por proyectos que metieron autopistas en medio de comunidades y ayudaron a convertir el coche en la forma de transporte urbana más dominante. El impacto medioambiental de esas decisiones ha quedado muy claro. Pero los efectos sociales y culturales no son obvios, quizás, hasta que los veamos junto a los barrios reconectados no sólo por Internet, sino también por lo que la directora general de Populus, Regina Clewlaw, ha llamado la “revolución de la micromovilidad”.
En pocas palabras, los vehículos pequeños y personales ofrecen oportunidades de conexión y colaboración a una escala mucho más humana e íntima que, por ejemplo, la autopista Cross Bronx. Si la era del coche está llegando a su fin, al menos en las grandes ciudades, entonces que viva la era de los vehículos pequeños, “no sólo las bicicletas y los patinetes, sino las bicicletas eléctricas, los velomóviles, los monopatines motorizados, los monociclos, los ‘hoverboards’ y otros vehículos pequeños de baja velocidad alimentados por baterías”, como escribe Benjamin Schneider en City Lab. “Si las ciudades se los toman en serio, podrían ser algo muy, muy importante. Los vehículos pequeños podrían reducir el uso del coche privado de forma significativa, además de los coches de alquiler, y desempeñar un papel clave para ayudar a las ciudades a alcanzar sus objetivos medioambientales y de seguridad vial, que hasta ahora han sido inalcanzables.”
Nos dicen que el 2019 será el año en que se impondrán estas soluciones de transporte personalizadas, especialmente los patinetes. La explosión de la micromovilidad también coincide con el auge de una clase cada vez más móvil de jóvenes creadores que valoran su independencia y su capacidad de maniobrar rápidamente por las calles de la ciudad. La fotografía callejera, por ejemplo, ha cobrado nueva vida gracias a Instagram y a fotógrafos famosos como Cole Sprouse de Riverdale (que empezó, según confiesa a Teen Vogue, como fotógrafo de intrusos, o “explorador urbano”). En el programa del SXSW de 2019 hay un panel sobre la micromovilidad en el que participará Clewlow, cuyos datos han demostrado una abrumadora aprobación popular de los patinetes eléctricos. A medida que los patinetes eléctricos se vayan adoptando, ¿abrirá su uso por parte de los jóvenes artistas nuevas vías de expresión creativa?
Es una pregunta que vale la pena considerar cuando los planificadores urbanos también piensan en el papel clave de la cultura local en el desarrollo urbano. El Grupo de Trabajo Global de Gobiernos Locales y Regionales (The Global Taskforce of Local and Regional Governments) recientemente concluyó que “las ciudades necesitan vitalidad, significado, identidad e innovación, y los ciudadanos necesitan ampliar sus libertades”. Eso incluye la libertad de moverse con facilidad por los barrios y de explorar, celebrar y crear nuevas y vibrantes formas culturales. Donde la cultura del automóvil empobreció a muchas comunidades urbanas, aislando a las personas unas de otras, las opciones de micromovilidad como los patinetes pueden empezar a invertir la tendencia, acercando a las personas y dándoles más oportunidades para reunirse, compartir y colaborar.
La micromovilidad desempeñará un papel fundamental en el desarrollo sostenible al reducir el impacto medioambiental y apoyar y fomentar una mayor cohesión social y cultural. Como dicen los autores de un reciente informe sobre la cultura local, “la vitalidad cultural es una necesidad absoluta para la vida de la ciudad porque impregna todas las esferas de la vida y está en la base de las libertades, el intercambio público de ideas, y el bienestar de la sociedad”. Para prosperar en las ciudades en rápido crecimiento y expansión será necesario el tipo de movilidad personal que también dé lugar a conexiones fortuitas, rompa viejos hábitos y rutinas, y escriba nuevas vías y redes urbanas. Los beneficios sociales y personales son inseparables—cuanto más conectamos con nuestro entorno local y con la gente que nos rodea, más nos enriquecemos a nivel personal.
La explosión de los vehículos pequeños ofrece más oportunidades para la exploración, la socialización y la creatividad al minimizar las rutinas y las distracciones que crean hábitos y conducen a la desconexión. Mientras que el transporte público y los vehículos autónomos nos liberan del peso de tener que conducir, también liberan nuestras manos y ojos para permitirnos más tiempo de pantalla en lugar de encuentros cara a cara. Las tablets y los teléfonos nos conectan al trabajo y a las redes sociales al mismo tiempo que nos alejan de los entornos físicos en los que vivimos. Las bicicletas eléctricas, los patinetes y otros vehículos nos obligan a volver a prestar atención. Por ejemplo, en lugar de confiar únicamente en la información de segunda mano de los sitios de reseñas para navegar por la ciudad, podemos empezar a ver nuestro entorno de nuevo, y así llenar esos puntos ciegos del crowdsourcing con investigaciones personales de primera mano.
Estas observaciones alcanzan la mayor resonancia con aquella palabra tan de moda, la “micromovilidad”, que trasciende el frenesí actual de la competencia por las cuotas de mercado. Como un artista ha interpretado este término, “la navegación física e intelectual de los lugares en los que vivimos repercute en nuestras relaciones con ellos. Estas experiencias suelen ser puntos de acceso a personas y comunidades que tienen el potencial de aumentar las aspiraciones, y de aportar inspiración y participación a nivel personal e infraestructural”. Ser micro móvil significa interactuar a nivel callejero, algo que los patinetes eléctricos, como el Unagi, permiten como herramientas de transporte personal. El aspecto de esto varía tanto de una persona a otra y de una ciudad a otra, que no hay forma de predecir lo que ocurrirá a medida que más personas salgan de las cajas de aislamiento que son los coches, autobuses y trenes, y dejen sus teléfonos de lado y presten atención a lo que está ocurriendo a su alrededor.
Puede ser algo tan sencillo como visitar el restaurante local por el que solía pasar en coche de camino a otros destinos más llamativos del centro. Puede significar atravesar la ciudad y darte cuenta de la belleza única de la arquitectura y el arte público que parecía un paisaje sin rostro por el que pasabas con toda prisa y que sólamente veías por las ventanas. Estos pequeños cambios de dirección y percepción no son aislados, sino que forman parte de una “cadena de acontecimientos/puntos de acceso” acumulativos que conducen a diferentes formas de estar en el mundo. Incluso el adormecimiento del viaje diario al trabajo puede transformarse en una aventura diaria y en una oportunidad de ver la ciudad como nunca antes la habías visto.